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Vacunas y educación, las facturas que el COVID-19 'cobrará' a los niños en el mundo

Muchos padres sintieron una profunda sensación de alivio cuando algunos análisis del nuevo coronavirus encontraron que los niños rara vez muestran síntomas y generalmente no corren mucho riesgo. Desafortunadamente, eso no significa que estén a salvo de la pandemia.

Todos los padres están familiarizados con los peligros cotidianos del brote del COVID-19, con los parques infantiles cerrados y la interacción social limitada, pero es probable que los efectos más importantes de esta crisis provengan de dos áreas: salud y educación.

Los desastres naturales tienden a ser especialmente perjudiciales para la salud de los niños. Interrumpen los servicios médicos básicos de los que dependen las madres y los niños pequeños, y generalmente desvían recursos cruciales a necesidades más inmediatas. Las medidas destinadas a proteger a los trabajadores de la salud y a la población en general también pueden significar que los médicos no pueden o no quieren tener contacto con los pacientes, ya sea para realizar un examen físico o administrar una inyección.

Para los niños, eso puede tener consecuencias duraderas. En el apogeo de la epidemia de ébola en África occidental, en 2014, los partos institucionales de niños, un medio crucial para reducir la mortalidad materna, disminuyeron en 37 por ciento en comparación con el año anterior. Las consultas prenatales, que han demostrado mejorar la salud física y mental a largo plazo de los niños, cayeron 40 por ciento.

Peor aún, las tasas de vacunación se desplomaron. En 2013, antes del brote del ébola, 73 por ciento de los niños menores de un año en Liberia fueron completamente vacunados, un porcentaje aún bajo. De julio a septiembre de 2014, ese número cayó a 36 por ciento. Las tasas de vacunación contra el sarampión solo disminuyeron en 45 por ciento. Esta caída creó una gran 'brecha de inmunidad' que permitió que la enfermedad se propagara más fácilmente.

Las consecuencias persistieron: de 2016 a 2017, 49 por ciento de los 2 mil 954 casos sospechosos de sarampión en Liberia se detectaron en niños menores de cinco años.

Con toda probabilidad, el brote actual del nuevo coronavirus tendrá efectos similares. A finales de marzo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) pidió que se suspendieran los programas preventivos de vacunación masiva en todo el mundo para permitir medidas de distanciamiento social. Aunque esta fue probablemente la decisión correcta, incluso los expertos en salud pública que apoyaron la decisión reconocieron que contribuirá a un aumento de enfermedades que pueden durar años.

Otra preocupación seria para los padres y para el mundo es que unos mil 400 millones de niños viven actualmente en áreas donde las escuelas han estado parcial o totalmente cerradas, desde el sur de California hasta la India rural. La mayoría de esos niños no tienen idea de cuándo podrán regresar. Cuando las escuelas en Liberia, Guinea y Sierra Leona se cerraron para reducir la propagación del ébola, los estudiantes perdieron hasta mil 848 horas de educación.

Un importante cuerpo de investigaciones sugiere que una ausencia tan prolongada de la escuela puede ser perjudicial en la educación y el desarrollo, y especialmente perjudicial para los estudiantes de bajos ingresos.

Como muchos padres frustrados están descubriendo, los programas de aprendizaje a distancia pueden ser ineficaces incluso en circunstancias ideales. En los hogares más pobres, donde los padres tienen menos probabilidades de poder trabajar desde casa, los desafíos pueden ser graves. Especialmente en las regiones en desarrollo, las niñas corren un riesgo particular de no reanudar su educación debido al aumento de la pobreza, las responsabilidades domésticas y las tasas de embarazo durante la pandemia. Incluso cuando las escuelas vuelven a abrir, el virus SARS-CoV-2 puede representar una amenaza durante meses o años en el futuro.

Mitigar todos estos efectos nocivos será un desafío inmenso. Después de la epidemia del ébola, las agencias y los gobiernos de todo el mundo contribuyeron a un nuevo programa de vacunación tan pronto como fue seguro hacerlo. Eso no será barato ni fácil a nivel mundial. Sin embargo, la OMS, a pesar de sus problemas recientes, sigue siendo la organización adecuada para coordinar dicha campaña, y la planificación y la financiación deberían comenzar de inmediato.

Los gobiernos también deberían priorizar los servicios maternos y prenatales durante la pandemia, y buscar escuelas cuidadosamente reabiertas como lugares donde se pueda controlar la salud infantil y brindar atención básica.

Por otra parte, las escuelas deben esforzarse por mantener la mayor continuidad posible con los estudiantes. El primer paso debe ser un esfuerzo concertado para pagar y retener a los maestros durante la crisis. Serán clave para reabrir las escuelas rápidamente, y podrían proporcionar una estabilidad muy necesaria para los alumnos que han perdido su sentido de la rutina o incluso la seguridad. Finalmente, la planificación debe comenzar ahora con evaluaciones y planes de estudios acelerados diseñados para ayudar a los estudiantes a ponerse al día y revisar lo que estaban aprendiendo antes del brote.

Pasos modestos como estos no conducirán a curas o tratamientos para el coronavirus, pero podrían ayudar a garantizar que su efecto en las generaciones futuras no sea innecesariamente destructivo.

 

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