La Revolución Mexicana, un nuevo escenario artístico.

Foto: Cortesía

El centralismo y el autoritarismo fueron prácticas gubernamentales que se intensificaron en el Porfiriato. Estas prácticas fomentaron la indignación y el resentimiento hacia a la elite porfirista y dieron origen a la lucha revolucionaria, movimiento social que buscó a través de sus ideales y aspiraciones, el establecimiento de mecanismos más democráticos, justicia social y una participación política que respetara la naturaleza del sufragio libre y secreto.

El 20 de noviembre de 1910 comenzó la búsqueda de un nuevo proyecto estatal que integrará a los sectores excluidos por el orden y el progreso. Este nuevo paradigma político también estableció una renovada identidad nacional y con ello, fomentó la producción de imágenes que otorgaran legitimidad a las bases ideológicas históricas del Estado.

El triunfo jurídico y político de la Revolución Mexicana se materializó en la Constitución de febrero de 1917, resultado de la facción consticionalista liderada por   el Gral. Venustiano Carranza. 

La Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos contiene la unidad moral e ideológica del México post revolucionario, la cual estableció un régimen social demócrata, presidencialista y constituyó un Estado republicano, representativo, federal y democrático. Asimismo, incluyó las bases orgánicas y dogmáticas del Estado Mexicano que a través de los artículos 3°, 4°, 27°, 123° se consolidaron los objetivos del Estado y de sus instituciones, es decir, la protección de los derechos de los trabajadores, la impartición de la educación pública, la soberanía del territorio y la reforma agraria quedaron bajo la intervención del Estado.

La transformación social y política recurrió a los remedios de socialismo obrero y agrario mediante el sistema de corporaciones y sindicatos. Los latidos del pueblo resonaron con una tendencia a la izquierda y el aparato estatal incrementó su tamaño y su intervención en diferentes espacios del ámbito público.

En el ámbito artístico, una gran cantidad de artistas plásticos mexicanos fueron becados en el exterior y se formaron académicamente en grandes centros de arte europeo.

Además, la llegada de maestros extranjeros a la Escuela Nacional de Bellas Artes durante el Porfiriato transformó el método romántico y neoclásico de representar la realidad ya que introdujo un nuevo lenguaje estético moderno que originó una revolución artística, otorgando una nueva manera de entender y sentir a México.

La Revolución Mexicana modificó el enfoque de los artistas y la naturaleza de los escenarios. Se regresó la mirada al campesino y al obrero como protagonistas del progreso. La inspiración se encontró en la evidente marginalidad del pueblo.

Mediante el trabajo de difusión del Ateneo de la Juventud, asociación de literatos, filósofos, poetas, pintores que estuvieron en contra de la doctrina positivista y utilitaria del Porfiriato en el desarrollo de las artes, se expandió una filosofía humanista, progresista y nacional que redefinió la unidad moral, histórica e ideológica de México post revolucionario.

La joya artística y plástica de este movimiento intelectual fue la expansión de la pintura mural en los espacios públicos en las ciudades, principalmente en la capital del país dentro de las instituciones educativas y de gobernación del Estado Federal.

El muralismo, vanguardia por excelencia mexicana, sirvió como una herramienta de promoción de los valores iconográficos de la nación de las primeras décadas del siglo XX, es decir, la representación de héroes y de acontecimientos históricos que reivindicaron el sincretismo del mestizaje.

En los murales de los tres grandes: Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros se encuentran los colores de la conciencia social del pueblo oprimido y vulnerable del avance tecnológico y científico de las sociedades capitalistas.

Para los muralistas, son tema de representación los analfabetos, los miserables, las mujeres, los niños, los campesinos y los obreros que también son los anhelados actores de la transformación social y política de la utopía comunista que promovieron en sus murales.

Cuando visitamos los recintos de los murales, podemos observar y comprender el testimonio artístico de nuestra historia revolucionaria. El trabajo mural de los tres grandes, nombrados de esa forma por la historia del arte mexicano, no solamente es decorativo y propagandístico, es también una herramienta visual para entender los objetivos del Estado aún presentes en nuestra realidad.

Los canales de Santa Anita, la festividad del día de muertos, el baile del venado, Emiliano Zapata, la madre naturaleza, el campo, la Malinche, el indio y el hombre consciente y transformador de su realidad son los simbolismos que están representados en los murales que aún nos enseñan a mirar nuestra historia para entender que somos producto de ella, pero, también somos actores de la misma,

¡Viva la Revolución artística!

 

Por: Cortesía

Columnistas

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