Por: Cortesía

Puebla

Crónica del 8m: No somos histéricas, somos históricas.

Se dice que la primera marcha es la más especial, que te hace abrir los ojos hacia una realidad que se vive todos los días, pero se vuelve aún más real.

Escuchar los cientos de casos de feminicidios, leer los miles de boletines de búsqueda es preocupante, pero ver a todas esas madres marchar por sus hijas, a todas aquellas mujeres gritando por sus amigas y a las niñas con sus carteles sintiendo el consuelo de su manada femenina es algo desgarrador.

Mientras compraba los materiales para hacer mi cartel para la marcha, pensaba en qué frase utilizar, en cual de los varios sucesos de violencia hacia mi persona basarme, la pregunta que todas nos hacemos al escribir sobre la cartulina, ¿A quién defender?, ¿Por qué marchar?

Frente a la Fiscalía General del Estado, se observaba una gran cantidad de policías de ambos sexos listos con sus escudos para salvaguardar la institución. Cruzando un pequeño espacio de pavimento, nos encontrábamos nosotras, y a nuestras espaldas, lo que pareciera una galería de mantas con fotografías de personas desaparecidas, con leyendas que exigían una respuesta, que ya había pasado mucho tiempo sin ningún resultado, y que al parecer, seguían de la misma manera.

Cada vez más mujeres fueron llegando al lugar, se instaló la mercadita, la cual consistía en la venta de artículos alusivos a la marcha, como pañuelos, playeras con frases inspiradoras, stickers, también estaban las micro emprendedoras con sus ventas de postres, artesanías, accesorios e incluso pulque de sabores.

Exactamente a las 2pm, se empezaron a organizar las secciones en que se distribuiría la marcha, colocando en primera fila a las madres buscadoras y familiares de las víctimas y desaparecidas, seguido de ellas se encontraban las madres con hijas menores, detrás el bloque separatista en el cual me encontraba rodeada de nuevas amistades que surgieron mientras compartíamos nuestras razones para manifestarnos y gritar a todo pulmón, y por último, el bloque negro, el cual se encargó de toda esta organización.

Ese momento tan emocionante de dar tu primer paso en la marcha, se siente como si adquirieras alguna especie de super poder, como si el miedo desapareciera por completo de ti. Literalmente, nos volvemos unas gigantes.

Nunca había visto en persona una valla grafitada por feministas, mucho menos un monumento cubierto de pintura y mensajes, y es cuando lo ves de cerca el momento en el que entiendes porqué lo hacen, todo lo que refleja, y que obviamente se trata de un grito de ayuda.

Entre ratos nos quebrábamos, llorábamos juntas y nos consolábamos con abrazos que se sentían tan genuinos que tenían la capacidad de reconstruirte. Al pasar de las horas te aprendes de memoria todos los canticos, “mujer escucha, esta es tu lucha”, “vivas se las llevaron, vivas las queremos”, “a mi no me cuida la policía, me cuidan mis amigas”, y la que para mí era la más cruda, “señor, señora, no sea indiferente, matan a las mujeres en la cara de la gente”.

Al llegar al zócalo, a los costados, se encontraban padres de familia, con sus hijas pequeñas de la mano, contemplando juntos el movimiento mientras les explicaban con visible cariño lo que esto significaba.

En un momento, una mujer calló al suelo por un desmayo, y nos acercamos a ayudarla, hombres observando lo que pasaba se acercaron de prisa con alcohol y equipo de primeros auxilios para cuidar de ella, a lo que el colectivo reaccionó cantando a unísono “sí se ve, sí se ve, ese apoyo sí se ve”.

Más adelante, ocurrió una escena que conmovió por completo mi corazón. En la entrada de una casona del centro histórico, se encontraba una señora de la tercera edad, la cual se encontraba conmocionada por la marcha, con un llanto notorio de felicidad mientras ondeaba una bandera de México de luto, cambiando los colores verde y rojo por negro.  Una de mis amigas se acercó a ella a darle un abrazo, a lo que la mujer le contestó que se sentía orgullosa de nosotras, porque somos el futuro del país, y que a ella le hubiese encantado marchar por sus derechos cuando era más joven, seguido a esto, varias de las chicas de la marcha se acercaron a recibir su abrazo de parte de la señora, lo cual me hizo derramar algunas lágrimas de sentimientos encontrados.

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A partir de ese cuadro, en los edificios de la zona, se encontraban más mujeres como ella, que por diversas condiciones, no podían participar en la manifestación pero que mostraban su apoyo gritando, alzando las manos y agitando banderas de color morado.

Casi llegando al final, en un segundo piso, se llevó a cabo el canto en vivo del tan aclamado himno “Canción sin miedo”, la cual al escuchar la primera nota me puso la piel de gallina, me dieron escalofríos, y el llanto salió de mi de manera automática, la cantábamos con tanta fuerza que podíamos sentir que el mundo entero nos escuchaba, o al menos eso sentías desde tus entrañas.

Al despedirnos, abracé con ganas a esas nuevas hermanas que encontré durante este día, y sabía que era la primera, pero definitivamente no sería la última marcha a la que iría, porque no, no somos histéricas, somos históricas.