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Por qué es casi imposible renunciar por completo al azúcar, según la ciencia

A los seres humanos nos es biológicamente imposible dejar de comer azúcar de un día a otro. Ésta es la razón evolutiva que lo explica.

La obsesión por contar calorías, en términos de la historia natural de nuestra especie, es realmente reciente. A diferencia de lo que ocurre en la actualidad, antiguamente las personas no se preocupaban por cuántas grasas ni azúcares comían todos los días. Por el contrario, entre más hubiera, mejor. Dejar de comer azúcar no era una opción para ellos.

La relación que nuestra especie tiene con los alimentos dulces data de miles de años atrás, cuando los seres humanos primigenios no tenían tanto acceso a la comida como lo tenemos hoy en día. De acuerdo con un estudio conducido por la Universidad de California, existe una razón biológica por la que nos resulta casi imposible dejar de comer azúcar de un día a otro. Así funciona.

Una cuestión de supervivencia

Antiguamente, la cuestión relativa a la comida no estaba limitada al número de calorías que la gente consumía. Por el contrario, según el antropólogo de la Universidad de California Stephen Wooding, tenía que ver principalmente con la necesidad de comer suficiente, porque el abastecimiento de alimentos no satisfacía la demanda.

Visto de otra manera: entre más calorías y grasa se consumiera, más probabilidad de sobrevivir tenían las personas. Así lo describe el autor en su artículo para The Conversation:

“Las personas más competentes en la obtención de calorías tendían a tener más éxito en todas estas tareas. Sobrevivieron más tiempo y tuvieron más hijos supervivientes; tenían una mayor aptitud, en términos evolutivos”.

Esto es así porque, según Wooding, la detección de sabor azucarado ayudó a los primeros seres humanos a conseguir más energía con mucho menos esfuerzo. Comer frutas o plantas que supieran más dulce era mucho más sencillo que cazar animales grandes, para abastecer de comida a comunidades enteras. “En lugar de navegar al azar, podrían orientar sus esfuerzos, mejorando su éxito evolutivo”, explica el experto.

De las papilas gustativas al cerebro

Es por todo lo anterior que, naturalmente, los seres humanos preferimos los sabores más dulces a los salados, o más aún, a los amargos. Genéticamente estamos diseñados para ello, explica Wooding:

“Un ejemplo perfecto es el sabor amargo. A diferencia de los receptores dulces, que detectan sustancias deseables en los alimentos, los receptores amargos detectan las indeseables: las toxinas. Y el cerebro responde apropiadamente. Mientras que el sabor dulce te dice que sigas comiendo, el sabor amargo te dice que escupas cosas”.

Nuevamente, existe una lógica evolutiva detrás de esta reacción. Por una parte, las papilas gustativas identifican cuál es el sabor con el que la lengua interactúa. Por otra, el cerebro distingue si este alimento es lo mejor para el organismo. Esta decisión se condiciona genéticamente, por el camino evolutivo que ha recorrido el ser humano durante milenios.

Aunque podría ser que culturalmente estamos condicionados a preferir ciertos alimentos, el cuerpo responde biológica y evolutivamente mejor a la comida más dulce. Por esta razón, es casi imposible dejar el azúcar de un día para otro. Por el contrario, tomar este tipo de decisiones precipitadas podría desencadenar reacciones químicas adversas en el cerebro más aún cuando lo hemos condicionado a interactuar con una gran cantidad de estas sustancias durante años.

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