Por: Cortesía

Por qué sentimos culpa al pasar demasiadas horas en pantalla, según la ciencia

Pasar demasiadas horas en pantalla nos genera culpa. En el contexto de la pandemia, podría ser que no sea tan malo después de todo.

De una reunión de Zoom por trabajo a una clase virtual. Luego, casi por inercia, revisamos todas las notificaciones que han llegado de Facebook, Instagram y Twitter. ¿Dejaste algo en el carrito de Amazon? Demasiado tarde: está entrando la videollamada para la junta de las 12:30.

En medio de la pandemia por COVID-19, la virtualidad cobró una cercanía diferente con las personas. Además de la intimidad que ya guardábamos desde antes con los dispositivos móviles y el internet, durante los encierros se volvieron indispensables para seguir con la vida. Aún así, pasar demasiadas horas en pantalla nos genera culpa. Ésta es la razón.

¿Pasar demasiadas horas en pantalla nos afecta a todos por igual?

Ante la pregunta de si pasar ‘demasiadas horas’ en pantalla nos impacta de la misma manera a todo el mundo, la corresponsal de salud mental Laura Wheatman Hill tiene reservas serias. Especialmente en el contexto de los encierros por la emergencia sanitaria:

“Televisión, aplicaciones, videojuegos, videollamadas, redes sociales, citas virtuales y clases en línea. Estos son los métodos de entretenimiento, comunicación y educación en la actualidad”, escribe la experta para JStor.

La preocupación aqueja a varios parejas jóvenes, que tienen que lidiar con el trabajo en casa, las tareas del hogar y la crianza de sus hijos pequeños. Para niños menores de 13 años, existe un riesgo real de pasar demasiadas horas en pantalla. El comportamiento genera una mezcla de culpa y ansiedad en los padres quienes, al tiempo que cubren sus responsabilidades laborales, malabarean con una educación sana para el tiempo de ocio de sus hijos.

Un estudio conductual conducido por RAND Corporation asegura que, cuando los niños pasan demasiadas horas de pantalla, son más propensos a desarrollar obesidad. Esto es así porque las actividades digitales no requieren de actividad física, y su organismo se acostumbra a un estado sedentario.

De la misma manera, entorpece la capacidad motriz fina de los más pequeños, más allá del alfabetismo digital. En el caso de los adolescentes y adultos jóvenes, sin embargo, el panorama es diferente.

La cuestión del encierro y la sana distancia

Además de las limitaciones sanitarias que impuso la pandemia por COVID-19, uno de los problemas que emergieron a la par fue aquel de los ‘espacios de experiencia’, como los llama Wheatman Hill. A diferencia de lo sucedía antes de los encierros obligatorios, de pronto, los espacios de interacción más allá de la virtualidad dejaron de estar disponibles.

Escuelas, jardines de niños, guarderías: los lugares de contacto con otras personas, más allá de las pantallas y plataformas digitales, se redujeron hasta desaparecer por meses. Así lo explica la experta:

“No hay oportunidades de aprendizaje experiencial. Además, los padres a menudo intentan trabajar durante el día y dependen de la televisión o las aplicaciones para mantener a los niños ocupados y en un lugar seguro durante las llamadas de trabajo u otras ocasiones en las que los padres no pueden supervisar directamente”.

Casi por necesidad, los padres que tuvieron que enfrentarse a trabajar desde casa al tiempo que atendían a sus hijos tuvieron que adaptarse para poder convivir entre sí. Aún así, pediatras y profesionales de la salud mental advierten sobre la necesidad de encontrar otros espacios para convivir, alejados de la virtualidad. No sólo para los niños pequeños.

¿De dónde viene la culpa?

El caso de los adolescentes y adultos jóvenes es diferente. El uso de smartphones, tabletas y computadoras personales está integrado a la cotidianidad de las personas. Lo que es más: hemos desarrollado una relación más que íntima con estos dispositivos. A pesar de ello, el sentimiento de culpa por pasar demasiadas horas en pantalla nos aturde.

En parte, podría deberse a la necesidad imperiosa de ‘emplear el tiempo de manera productiva‘ que el modelo neoliberal imprime en las personas. El tiempo de ocio, en este esquema de pensamiento, se entiende como un error, como algo que debe de enmendarse. A pesar de que esto es cierto, el patrón es tóxico: los seres humanos necesitamos descansar —aunque sea viendo redes sociales, con las mismas noticias, los mismos rostros.

Por esta razón, Laura Wheatman Hill prefiere no satanizar el hecho de pasar ‘demasiadas’ horas en pantalla. “Esperamos que, por el bien de los padres que navegan en el refugio en el lugar, algún día podamos mirar atrás a la culpa del tiempo de pantalla y poner los ojos en blanco”, concluye la autora.

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