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Panteón inglés: de brujas e historia en real del monte

Nuestra historia acerca del Panteón Inglés comienza con un viaje: cuatro barcos zarpan de Cornwall un pueblo costero que roza el helado mar Céltico al suroeste de Inglaterra con 15 mineros ingleses y una ambición: revivir las minas de plata de Real del Monte y Pachuca, que han quedado abandonadas después de la guerra de Independencia mexicana. Por Ira Franco

Es 1824 y los tripulantes desembarcan en el puerto de Veracruz con 1,500 toneladas de pesado equipo de extracción. 

Tardan un año en trasladarse hasta Hidalgo porque aún no hay caminos para transportar maquinaria tan grande. Al llegar, los mineros se asombran ante la abundancia de plata en esas vetas; pero sobre todo, del parecido de Real del Monte con Cornwall; su clima helado, la neblina que cubre los cerros, la pertinaz lluvia, los hace sentir como en casa.

A 2,660 metros sobre el nivel del mar, Real del Monte ofreció a los mineros un sitio entrañablemente frío, así que muchos decidieron llamar a sus familias y quedarse a vivir y a morir en él. Es aquí donde el Panteón Inglés –nombrado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO como sitio asociado a Cornwall, Inglaterra– comienza a contar esas leyendas que continúan intrigándonos: quizá las historias no sean completamente ciertas, pero aún disputan su parte en el reino de la mitología local, entre ‘La llorona’ que espanta a los enamorados, los duendes buenos que trenzan las crines de los caballos y las brujas que se encargan de castigar a los bandidos.

De todos los ‘pueblos mágicos’ de la República, quizá Real del Monte sea uno donde sus habitantes todavía viven de manera cotidiana el hechizo en estas historias.

De todas ellas, la más controvertida (y que cualquier montañés cuenta con ligeras variaciones) es la de la tumba del célebre payaso Richard Bell, favorito de Porfirio Díaz y de quien se decía “era más famoso que el pulque”. 

Las versiones oficiales indican que está enterrado en Nueva York, pero aquí hay una peculiar tumba (tal vez de un homónimo) que, afirman, guarda sus restos. Es la única que está orientada dando la espalda a Inglaterra, pues se dice que sólo el pueblo mexicano entendía su humor, cargado de doble sentido, sin ofenderse. 

El nombre real de Bell era Garry, y era hijo de un embajador. Se habla de que en una gira por Veracruz con su circo Orrín, Bell se enteró de que había ingleses en Real del Monte y quiso ir a hacerlos reír. Instaló su circo en el patio de la Mina de Dolores y, con mucha pena, observó en el panteón la alta mortalidad de los mineros. Pero le pareció grato que existiera ese bosquecito de oyameles donde los ingleses podían aspirar al descanso eterno.

Las inscripciones poéticas en las tumbas góticas (por ejemplo, “La memoria del justo es bendita”) lo conmovieron y Bell decidió que sería enterrado ahí, en Real del Monte, con la salvedad de que su tumba diera la espalda a Inglaterra y en su lugar estuviera orientada a México, para cobrar así el desdén con que fue tratado por los de su propia tierra. Puede o no ser cierta la versión, pero la gente local defiende con mucha pasión a su payaso.

Para finales de 1826 ya eran 3,500 los obreros córnicos (o cornish, como aún los nombran acá) que habían mandado traer a sus familias.

Otros simplemente hicieron como los migrantes de todo el mundo: conocieron a una mujer local para quitarse la nostalgia y empezaron sus propias historias de mestizaje. Se calcula que en Real del Monte hay unos 600 descendientes reconocidos de los mineros cornish, aunque un vistazo a la piel y a los ojos de los residentes revele que quizá haya muchos más.

Panteón inglés: Historias de familia

Apellidos como el de la familia que desde hace cuatro generaciones cuida el Panteón Inglés también delatan ese mestizaje: la encargada se llama María del Carmen Hernández Eskewes y es hija de un sepulturero que estuvo a cargo del lugar durante años sin cobrar un solo centavo, viviendo sólo de propinas. En algún momento la reina Isabel II se enteró de tal acción desinteresada y llamó al sepulturero para darle una medalla que lo convirtió en miembro de la Orden del Imperio Británico.

El señor ya murió, pero su hija María del Carmen se quedó como responsable del cementerio y aún es invitada a los eventos oficiales de la embajada británica junto con otros ilustres ungidos por la Corona, como aquel médico que operaba sin cobrar a los damnificados del temblor de 1985 o la primera maestra que impartió inglés en México. Así de importante parece ser para los ingleses este panteón patrimonial.

Entre las historias que más le gusta contar a Carmen, quien vive de ofrecer visitas guiadas por el Panteón Inglés y un sueldo mínimo que le otorga el ayuntamiento, destaca la de su abuelita, cuando se coló a una ceremonia masona.

Los ingleses que llegaban eran anglicanos o metodistas (de hecho, en Real del Monte se ubica la primera iglesia metodista en toda la República), pero también había un gran porcentaje que además pertenecían a la logia escocesa de los masones.

Antes de enterrar a un muerto, los de la logia hacían una ceremonia a puerta cerrada y ponían a dos vigilantes para que nadie ajeno se acercara. Pero a la abuela de María del Carmen le comía la curiosidad y un día se coló bajo la gran cortina negra que colocaban cerca del sarcófago que hay a la entrada, donde están inscritos símbolos masónicos. La señora contó que con velas encendidas sacaban un libro negro que leían por turnos mientras ondulaban un collar de pentagrama, un sombrero y una estola negra que ponían en el ataúd. 

Primer equipo de futbol

Quizá fue esa misma curiosidad de la abuela de María del Carmen la que movió a otros habitantes de Real del Monte a incluirse en el juego de pelota que los mineros ingleses practicaban para relajarse y que ahora es el deporte nacional: el futbol. Lo jugaban en un terreno escampado al pie del Cerro del Judío, hoy usado como estacionamiento. 

Los mexicanos aprendieron a jugar el balompié y les gustó tanto que enfrentaron a los mineros en un partido histórico con el recién formado Pachuca Athletic Club, en 1901.

Para entonces las compañías mineras inglesas ya se habían ido, pero la cultura de aquel país ya estaba inmersa en las costumbres locales: se apropiaron del futbol, del tenis, de la religión protestante y, sobre todo, de los pasties (los omnipresentes pastes), empanadas que las esposas de los mineros preparaban con carne molida y papas como comida para el descenso a la mina.

De las historias de este cementerio se desgrana fácilmente la de la ciudad misma: como la de esa hilera de tumbas de niños que murieron durante la epidemia de cólera; la de aquella infortunada chica de 15 o 16 años que sus padres exhumaron para llevarse los restos a Cornwall y descubrieron que la habían enterrado viva; la de la enfermera Nelly, a la que aún hoy muchos aseguran verla en el hospital curando enfermos, o la del militar que murió en Francia en la Primera Guerra Mundial pero, como había nacido en Real del Monte, tuvo el derecho de que sus restos fueran trasladados.

Con un museo de sitio y la renovación que últimamente ha recibido, el Panteón Inglés se ha convertido en un gran lugar para visitar y para comprender mejor una parte central de la historia de México. 

Muy Interesante. 

 

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