Por: Cortesía

Mi padre, Fulgencio Batista, el dictador que marcó la historia de Cuba

Roberto Batista, hijo del que fue presidente de Cuba hasta la revolución de 1959, reconstruye la biografía de su padre

Mientras un gran grupo de barbudos entraba triunfal en La Habana, una familia acomodada salía de Cuba para no volver. Fidel Castro y el Che Guevara, al mando de los guerrilleros de Sierra Maestra, habían ganado su revolución y el día de Año Nuevo de 1959 entraban en la capital mientras el poder se diluía entre los dedos de Fulgencio Batista.

Pero, por un momento, olvidemos cómo veían los cubanos el cambio de régimen. Ni siquiera pensemos en cómo lo vio el mundo entero o en cómo lo ve ahora.

A sus 73 años, Bobby Batista ya tiene un año más de los que tenía su padre al morir. Y es curioso que ahora que ha superado ese umbral se haya decidido a publicar Hijo de Batista (Verbum) una obra sobre la vida de su padre, el dictador, y sobre cómo vivió su familia el exilio que aún perdura.

La mirada de aquel día de Año Nuevo y todos los posteriores es la mirada de un niño que no entendía nada de política, que ni siquiera se preocupaba por ella, sino que tenía juegos y amigos en la cabeza, y su mayor preocupación probablemente era dudar de si dormiría aquellos días en el Palacio Presidencial, en la finca, o en en la vivienda del cuartel, las tres casas en las que transcurría su vida.

Sin embargo, a día de hoy de vez en cuando le provoca temblores escuchar en voz alta un acento cubano, al igual que le ocurrió durante años, como si una paliza fuera a suceder a los gritos, o como si volviera a estar en aquel aeropuerto de Nueva York, exiliado sin saberlo aún, cuando él y su hermano de 11 años bajaron solos del avión y fueron insultados por una muchedumbre enfurecida con su padre.

Poco después llegó un enjambre de periodistas con aquellos flashes que cegaban al retratado, y las preguntas atropelladas sobre cosas que no entendía. Minutos más tarde, los críos pasaron horas solos en una sala para los inmigrantes sin papeles.

Cuando el dictador de Cuba se marchó rumbo a Santo Domingo, donde realizó la primera de muchas otras paradas, Bobby tenía nueve años. Pocas veces se ha contado el relato de Cuba desde el lado de Batista, maldito por lo que la historia ha dejado traslucir de él: corrupto, golpista, dictatorial, amigo de la mafia, inductor de crímenes de Estado...

Y el libro de su hijo Bobby, segundo hijo de su segunda mujer ("Nací condenado a ser un segundón", dice con sorna), es principalmente el libro de su familia y de su vida, no la vida de un político.

Bobby, aparte de sobresaltarse aún cuando escucha un acento cubano, no ha podido librarse en toda su vida de ser el hijo de Batista, con lo que eso conlleva, como ver aparecer, en ficción, a su padre con el mismísimo Michael Corleone: "Por El Padrino todavía nos preguntan si era verdad que teníamos el teléfono de oro. ¿Y sabes qué? Que es muy posible, pero no por un capricho ostentoso de mi padre, sino porque el presidente de la compañía telefónica seguramente lo regaló como detalle simbólico al implantar las líneas en toda la isla".

La historia de Batista en la Perla del Caribe es mucho más que el teléfono de oro. En los años 30 participó en la "sargentada", una revuelta en la que él mismo, sargento entonces, acabó como jefe de las Fuerzas Armadas con rango de coronel. Cuba era una jovencísima nación, recordemos que poco más de 30 años antes era todavía española.

Como jefe militar, apoyó a distintos gobiernos hasta que en 1940 se convirtió en presidente de Cuba en unas elecciones y firmó una nueva Constitución considerada muy progresista. Su hijo asegura que la relación con sindicatos y partidos, incluidos los de izquierdas, era excelente.

Un detalle refrenda esto, al menos en parte: Pablo Neruda, que leería un poema dedicado a Fidel Castro en 1959, dijo de Batista en 1944, cuando dejó el poder tras ganar la presidencia Ramón Grau: "Saludamos en él al continuador y restaurador de una democracia hermana, al hombre que recibió la patria anarquizada y despedazada...".

Aquel 1944, todavía con el mundo en guerra, Batista vivió su primer exilio y se marchó a EEUU, donde años después, en Manhattan, nació Bobby.

¿Qué rumió Batista durante aquellos años fuera? Abandonó el camino constitucional de 1940, volvió al espíritu de la sargentada, le pudo la soberbia. Su decisión de hace casi 70 años cambió el futuro de Cuba y sus gentes hasta hoy. Bobby no se lo explica porque él era tan pequeño que no conocía los pensamientos de su padre: "Este libro lo tendrían que haber escrito alguno de mis hermanos mayores ya fallecidos, que comprendían mejor a papá. Yo creo que él pensó que hacía lo mejor para Cuba, que creyó que tenía todavía cosas que aportar, que no podía permitir dejar el Gobierno en manos ajenas, y su carácter fuerte le llevó a dar un golpe de Estado. Fue un gran error, sin duda".

Llegó 1952 y Batista dio el golpe al ver que no iba a ganar de nuevo. Se convirtió en un dictador de facto. En los siete años siguientes se forjó su leyenda negra: torturas, censura a los medios, asesinatos, alianzas con mafiosos y grandes empresas que explotaban al pueblo... El tópico bananero. Mientras los revolucionarios le acosaban, predijo que el castrismo podría suponer también un mal para Cuba, mas ya nadie le escuchaba.

"Otro de los grandes errores de mi padre fue soltar a Fidel Castro de la cárcel, porque en cuanto lo hizo se fueron todos los guerrilleros a Sierra Maestra", recuerda.

Bobby explica que ha dedicado gran parte de su vida a bucear en archivos y bibliotecas, a hablar con testigos y nunca ha encontrado pruebas sólidas de muchas de esas acusaciones: "De la mafia, por ejemplo, más allá de una foto que está trucada en la que aparece junto a un líder mafioso, no hay nada", argumenta. ¿Significa eso que es mentira? Pues tampoco lo sabe su hijo con certeza, pero opina que "la propaganda castrista hizo mucho por velar la imagen de Batista y tapar los logros de su gobierno, que también hubo algunos muy importantes, y enterró la constitución de 1940".

La paradoja de todo esto es que Bobby recuerda a Batista como un padre extremadamente cariñoso, que nunca levantaba la voz a sus hijos, que sacaba tiempo para estar con ellos y jugar. Les daba buenos consejos y cultivaba sus mentes mientras les intentaba dar la mejor vida posible. ¿Quién no anhela eso para sus hijos?

El exilio familiar se fue paseando por diferentes dictaduras. Primero la de Trujillo, en Santo Domingo: "Trujillo pidió ayuda a mi padre para invadir Cuba, le dijo que quería echar a los comunistas, pero lo que quería era quedársela para él, así que mi padre no le ayudó y por eso lo encerró en la cárcel".

Lo siguiente, con su mujer y nueve hijos dispersos por el mundo, fue llegar a las Azores, al cobijo de la dictadura de Salazar, aunque Bobby asegura que fue casualidad. Un tiempo breve en Lisboa dio paso a un tiempo más largo en Madeira, en la escarpada Funchal.

Mientras su familia se reunía, Bobby crecía y pasó por el internado suizo donde habían estudiado futuros dictadores como Kim Jong-un de Corea del Norte, o el propio Mohamed Reza Palevhi, el Sha de Persia.

Otro dictador se cruzó en su camino: Franco. A la familia le gustaban Madrid y Marbella. En Portugal frecuentaban Estoril, donde se exiliaba a su vez el padre del Rey Juan Carlos.

La vida entera transcurrió entre exilios y dictaduras de otros. Un día de 1973, un año antes de la Revolución de los Claveles portuguesa y dos antes de la muerte de Franco, Fulgencio Batista murió en Marbella.

Está enterrado en Madrid, en el cementerio de San Isidro, y las calles de Chamartín son ahora el refugio de Bobby y su familia, aún sintiendo a diario la presencia del hombre que con su soberbia marcó el destino cubano.

EL CULTURAL.

 

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