Por: Cortesía

El robo que convirtió a la Mona Lisa en la obra de arte más famosa de la historia

Un ladrón primerizo logró concretar el robo más reciente de la Mona Lisa, y la mantuvo ‘secuestrada’ durante más de dos años.

Vincenzo Peruggia no era un ladrón experimentado. Por el contrario, de primera vista, parece un joven italiano promedio: bigote tupido, frente amplia, traje sastre, quijada europea. A las 7 de la mañana del 21 de agosto de 1911, sin embargo, decidió entrar al Museo del Louvre con un objetivo claro en la mente: concretar el robo de la Mona Lisa (1503-1519), de Leonardo da Vinci.

Así, entró a la sala en donde la pintura había estado colgada por siglos. Fue cuidadoso al buscar un atuendo similar al de los demás trabajadores del museo. Al llegar ahí, tan temprano en la mañana, lo más seguro es que no encontró al personal cuidando el espacio. Por esa razón, descolgó el cuadro, le quitó el marco y se marchó con la obra en brazos. No obtuvo resistencia de nadie.

Una maniobra limpia

De formación, según informa The Guardian, Vicenzo Peruggia fue un decorador italiano. Así como otros artistas frustrados de la época, dedicó sus primeros años como profesionista a trabajar en museos locales. Primero en su natal Dumenza, al norte de Italia. Luego, en Roma. Eventualmente llegó a París.

Todos los lunes, desde hace siglos, el Louvre mantiene sus puertas cerradas al público. De esta manera, las labores de limpieza y mantenimiento de las exhibiciones pueden llevarse a cabo sin entorpecer las visitas. Por esta razón, Peruggia escogió el lunes 21 de agosto de 1911 para una maniobra limpia. Vestido con una camisa blanca y zapatos de charol comunes, entró a las instalaciones y fue directamente a la sala donde estaba la Gioconda.

Nadie se enteró del robo de la Mona Lisa hasta el martes por la mañana. Fue entonces que los encargados del museo enloquecieron: el clásico retrato del maestro renacentista no estaba ahí. Aunque en ese momento no era la obra más reconocida de Da Vinci, sí era de las joyas del Louvre. Y había desaparecido.

Cuando estalló el desastre

Al día siguiente, incluso, no se pensó que la situación fuera tan grave: los empleados creyeron que había sido transportada para fotografiarla o limpiarla. De hecho, la pintura no estaba expuesta como hoy se exhibe en el Louvre. Por el contrario, la Mona Lisa figuraba como una más de las pinturas de Leonardo da Vinci en el museo, colgada entre otras dos obras del acervo.

Después de horas de revisar las salas y los resguardos del Louvre, la noticia finalmente salió a la luz: alguien había robado la Mona Lisa.

El espacio quedó ahí, entre el cuadro de San Juan Bautista (1513-1516) y otra de las obras en la sala. Para entonces, Peruggia se había escondido en algún departamento minúsculo. Entre la incertidumbre y la urgencia de encontrar el cuadro, la policía francesa imprimió 6 mil 500 fotografías de la obra, por si alguien podría reconocerla.

Para entonces, en las calles de París ya circulaba el rumor del robo de la Mona Lisa. Con estos volantes quedó más que claro que el Louvre no tenía la situación bajo control. Por el contrario, estaba completamente fuera de alcance, y no tenían idea de quién se la había llevado, ni a dónde. Campañas largas y costosas de recuperación se orquestaron durante dos años, sin mucho éxito. Hasta 1913, nadie supo nada de la Gioconda —más que había desaparecido.

Detrás de un cristal blindado

Durante dos años, el Louvre contrató a historiadores del arte y restauradores especializados en la obra de Leonardo da Vinci para identificar cuadros falsificados. Los oportunistas que pensaron vender copias —casi idénticas— hicieron fila en las puertas del museo para ver si tenían una oportunidad de volverse multimillonarios. Por más que insistieron, ninguno lo logró.

Para entonces, proliferaron las teorías de conspiración con respecto al robo de la Mona Lisa. A pesar de que no era la primera vez que el Louvre padecía la desaparición de otras piezas, por alguna razón, la Gioconda causó revuelo internacional. Durante el tiempo que la pintura desapareció, el museo rompió todos los récords de visita hasta el momento: la gente quería ver ese espacio vacío.

En ese entonces, se culpó a Pablo Picasso y a Apollinaire, un poeta francés detractor de las grandes salas museísticas. La inocencia de ambos se comprobó el 10 de diciembre de 1913 cuando Vicenzo Peruggia fue atrapado en el acto, presentado la pintura frente a un anticuario en Florencia. Ese mismo día, se organizó una cuadrilla de policías internacionales y expertos en arte renacentista para regresar la obra a su lugar.

Una vez que volvió al museo, las autoridades se cuestionaron si la obra debería de estar expuesta sin un cuidado especial. Determinaron que algo así era sencillamente inadmisible, y que la Gioconda debería de tener seguridad especializada. Por esta razón, se le asignó una pared especial, detrás de un cristal blindado. Hoy, la gente sigue haciendo fila para verla —como si tuvieran que comprobar que ahí sigue, después de haber sido robada en 1911.

MUY INTERESANTE.

 

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