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El ‘rap’ de la frontera

La improbable colaboración entre el californiano Snoop Dogg y Banda MS, uno de los grupos punteros de la música tradicional sinaloense, ilustra los puentes entre las culturas vecinas de México y EE UU.

Los Dodgers acababan de perder una final y Snoop Dogg estaba triste. De vuelta a casa, prendió un canuto del tamaño de un habano y le dedicó una canción a los fans de su equipo de beisbol. Una canción mexicana de amor no correspondido. Una balada melosa en español con trompetas, clarinetes y tambores. Con la música de fondo, Snoop sigue el ritmo con la cabeza y mira el techo resignado mientras suelta bocanadas de humo como una locomotora.

Era otoño de 2016 y el vídeo corrió por las redes despertando una mezcla de sorpresa y curiosidad. ¿Qué hacía uno de los gigantes del hip hop escuchado banda sinaloense, uno de los géneros más tradicionales y herméticos de la música popular mexicana? Incluso a los propios autores de la canción, Banda MS, les pareció raro. Aunque están acostumbrados a arrasar −el vídeo en Youtube de la canción original tiene más de 370 millones de reproducciones−, su público es aún casi únicamente mexicano.

Al principio pensaron que era un meme, un montaje de vídeo en el que algún gracioso había pegado por encima su canción. Pero no se trataba de ninguna broma. El gusto el rapero californiano, de 48 años, por la música de banda es genuino y aquel vídeo fue el comienzo de una de las colaboraciones aparentemente más heterodoxas de los últimos tiempos, pero que a la vez destapa conexiones subterráneas entre dos culturas vecinas, los códigos del hip hop y los viejos corridos mexicanos.

Tras algún guiño más en las redes sociales, los artistas por fin se conocieron durante una gira de Banda MS por las afueras de California. El promotor de los conciertos en Ontario −tres noches seguidas llenando un aforo de 12.000 personas− era el mánager de Snoop y la última noche se acercó a los camerinos con el rapero. Les contó que él se había criado con mexicanos y que incluso una amiga suya del instituto terminó siendo cantante de música banda.

La amiga es Jenni Rivera, La diva de la banda, La gran señora, La reina de Long Beach. Hija de migrantes, nominada tres veces al Grammy Latino, Rivera se convirtió definitivamente en una leyenda tras morir en un extraño accidente de avión en 2012. Ella fue la que contagió a Snoop Dogg el gusto por los trompetas, los trombones y las canciones de amor melodramático. Y si no hubiera sido por aquel accidente, quizás el rapero hubiera grabado una canción con ella antes que con Banda MS.

Snoop creció en los barrios duros del sur de Los Ángeles, semillero de la subcultura negra del gangsta rap a mediados de los 80, pero también destino de las rutas de la migración mexicana −la mayoría de Sinaloa, Jalisco y Michoacan− desde principios del siglo XX. Es la ciudad más latina de EE UU. Barriadas con solera afroamericana como Compton son hoy prácticamente mexicanas. En otra periferia californiana, Palm Springs, tuvieron el siguiente encuentro. Snoop invitó a sus nuevos amigos mexicanos a un concierto a finales de 2018. “Allí le dijimos si se animaba a grabar con la banda. Dijo que estaba puesto y así quedó”, cuenta el fundador, productor, mánager y capitán de la banda, Sergio Lizarraga, sentado en el sofá de la sala de recreo de su propio sello, Lizos, el cuartel general de Banda MS, un edificio de tres plantas en Mazatlán, en la costa sinaloense del pacífico mexicano.

En el estudio que tienen arriba se pusieron a trabajar. “La verdad es que no escuchamos mucha música en inglés”, reconoce Pavel Josué Ocampo, clarinete y también productor de la banda. Para solucionarlo, Ocampo decidió bucear a fondo en la discografía de Snoop. Lo primero que descubrió es que las canciones del rapero eran más rápidas que sus baladas. Y que frente a las bases orgánicas de su orquesta de vientos, casi todos los beats eran sintéticos. Antes de crear el suyo se preguntó: ¿Cómo sonará mejor la colaboración? ¿Más banda o mas rap? ¿Máquina o tambora (el bombo tradicional sinaloense)? Se decidió por la máquina, una Roland TR-808, clave en la transición del sonido disco al hip-hop de los ochenta. Después fue superponiendo la trompeta, el trombón y la tuba, que en la banda hace las funciones rítmicas del bajo, en esta ocasión con lo graves debidamente saturados en busca del groove.

La base estuvo circulando varias semanas entre sus compositores habituales para que le pusieran letra. “Ninguna les llenaba y me llamaron a mí”, recuerda Omar Tarazón, compositor y cantante en Los Dos de la S, uno de los últimos fichajes de su sello. Tarazón invitó a Ocampo a cenar a casa para empezar a trabajar, pero todo fue muy rápido: “Tardamos menos de 15 minutos. Antes de que los frijolitos con machaca estuviera listos, ya teníamos la tonada”. Montaron la letra y dejaron espacio entre las partes en español para las intervenciones de Snoop. Para facilitarle la tarea, en sus espacios montaron estrofas a capela del The Cronic, el primer disco en solitario del productor Dr Dre, descubridor del Snoop y pionero en marcar distancias con el gangsta rap a través un sonido más sinuoso y letras menos agresivas.

Mandaron la grabación a California y tardaron en obtener respuesta. La banda estaba por entonces −finales del año pasado− enfocada en la grabación de su último disco. “Ya pensábamos que iba a quedar en nada, pero respondió. Nos dijo que le había fascinado y que iba a hacer magia con nuestro material”, cuenta Lizárraga. Les avisó también de que iba a tardar un poco porque estaba batallando con la pronunciación de las erres, porque iba a cantar también partes en español. Y que le encantaba la temática de la letra, nuevamente sobre los dolores por un amor lejano: tenía pensado inspirarse en la relación con su esposa por las largas temporadas que pasa en la carretera.

A las pocas semanas les envió la grabación en bruto con ocho pistas. Además de sus estrofas mandó por separado las pistas con los coros y arreglos vocales: una decía un yeah, otra uh, otra un “what’s that?”, para colocarlo después de “baby yo te extraño”; y otra yihaaa, para colocarla detrás de una linea que termina diciendo: “sippin’ tequila”. También les mandó un vídeo en su estudio escuchando la grabación conjunta. Lizárraga saca el teléfono de su bolsillo y nos enseña a Snoop otra vez mirando al techo, contoneándose con los ojos cerrados y echando más humo.

La mezcla final corrió a cargo de la banda y el resultado es Qué maldición. Con más 40 millones de escuchas en Spotify y 52 en Youtube desde su publicación en primavera, la canción ha servido para que Snoop recupere el favor de la crítica tras su resbaladiza aventura con su disco de reggae. Y para que Banda MS entre por primera vez en las listas y radios anglosajonas, rompiendo el corsé que limita su estilo a los canales de la llamada música regional.

Más que un género en sí, la banda es más bien una organización de instrumentos de viento que ejecutan géneros como la ranchera, la balada o el corrido. La historia de la banda tiene su origen en la intervención militar francesa en México a mediados del siglo XIX, que facilitó la entrada de partituras e instrumentos propios de la música de salón centroeuropea. “Por su condición de puerto del Pacífico, Mazatlán fue un punto especialmente intenso de este flujo cultural. Encabezados por los comerciantes de Hamburgo, franceses, belgas y austriacos introdujeron géneros como la polka o la redova que poco a poco se fueron fusionando con la ranchera o el corrido”, explica Luis Omar Montoya Arias, historiador especializado en música del CIESAS. Pese a su remoto origen aristocrático, la banda tiene en México un cierto estigma asociado a las clases populares, y en los últimos tiempos incluso al mundo del narcotráfico.

Unas descripciones que encajan también en la genealogía del hip hop. Las primeras fiestas en el Bronx a mediados de los setenta son heredaras de la incipiente tecnología de los Sound Systems jamaicanos, unos precarios altavoces enormes y un pinchadiscos ambulante, pioneros también de los bricolajes sonoros a base de trozos de canciones. El estigma de música del gueto sigue acompañado al hip hop a pesar de haber superado ya cualquier barrera de público y poder ser considerado como una variante más del pop. Ningún rapero negro ha ganado todavía el trofeo de caza mayor: el Grammy al mejor disco del año.

Estos vínculos son especialmente evidentes, según el académico en historia de la música Luis Omar Montoya, entre los corridos, básicamente episodios de la vida cotidiana narrados a modo de gesta épica, y el hip-hop. “Las dos son músicas que representan a las clases bajas. Al negro allá y al campesino, aquí. Los dos provienen de la tradición oral y son músicas esencialmente colectivas que se construyen muchas veces desde el anonimato. La improvisación es clave y ambas tienen subgéneros que apelan al mundo del crimen, desde los antiguos bandidos, contrabandistas o narcotraficantes. No por nada ambas han sido prohibidas a lo largo de la historia. Además de la violencia, estas variantes también tienen que ver con el sexo, con un culto a la figura femenina como un objeto y con la ostentación. Y sirven como un medio de comunicación codificado: se envían mensajes dentro y fuera del grupo. Las dos han sido músicas tradicionalmente despreciadas por los prejuicios clasistas”, explica Omar Montoya.

“La música banda es el rap mexicano”

Los propios integrantes de Banda MS reconocen las analogías. Ellos mismos, de hecho, empezaron cantando corridos. Alguno, dedicado incluso a algún famoso capo de la mafia. “Eran nuestros principios y había que ir con la corriente. Pero más allá de los narcocorridos es cierto que hay muchos parecidos en los orígenes y en los mensajes. De hecho, un amigo me dijo hace poco que la música banda era el rap mexicano” apuntaba Oswaldo Silvas, uno de los cantantes, durante la entrevista en su estudio.

Al día siguiente, acompañamos a la banda en el yate de dos pisos de Lizárraga para seguir hablando más de su carrera y la importancia del mar en su música. Mientras nos cuentan la influencia económica del puerto en la ciudad y que hace poco pescaron un marlín azul de casi 300 kilos, otro yate de dos pisos aparece por la izquierda. Se acerca cada vez a más velocidad y lleva puesta música reguetón a todo volumen. Desde la proa un tipo con gorra y gafas nos saluda bailando con una cerveza en la mano. Es Christian Yahir Osuna, el tambora de la banda.

—Anda ahogado, el vato. No ha dormido. Se le va a tronar la máquina— dice el otro cantante, Alan Manuel Ramírez, gafas doradas, lino blanco y sandalias Gucci.

Banda MS empezó en 2003 tocando para los clientes de restaurantes y marisquerías de la playa, que les pedían canciones a cambio de un puñado de pesos. Solo uno de sus 18 músicos tiene estudios académicos de música y apenas habían salido de su ciudad antes del boom del grupo. Hoy son capaces de llenar dos fechas consecutivas −35.000 personas en total− en el Staples Center de Los Ángeles, acumulan más de una decena de premios Billboard y han sido elegidos como el artista más seguido del año en los recientes premios Spotify Latinos.

El viaje de Snoop también ha sido de la cueva a la cima. No pasó del instituto, vendió droga y llegó a pisar la cárcel. Fue primero el prototipo del rapero-gánster, para convertirse después en el símbolo del rapero-juerguista, abanderando la evolución millonaria hacia el sonido G-Funk: más sexo y fiesta, menos disparos y droga. Banda MS también son un ejemplo de innovación en su género, puliendo una estética y una producción que los está acercando a un publico cada vez más masivo. Por la playa de Mazatlán abundan bandas callejeras que tocan entre los bañistas. Juan Diego López, clarinete, explica así el impacto de la MS: “Ellos hacen algo diferente, más divertido y más espectacular. Como el vídeo de la canción Compa, me gusta tu vieja, que subían al escenario carros y la chingada”.

El plan original de la colaboración entre los dos artistas incluía un concierto conjunto en Los Ángeles en junio y un viaje de Snoop a Sinaloa para grabar el video. La pandemia de coronavirus suspendió el guion previsto, pero la colaboración aún no ha terminado. Al final del verano lanzarán una versión alternativa de Qué maldición, donde participará la cantante urbana mexicano-estadunidense Becky G.

Y tienen sobre la mesa otra propuesta del rapero. Una segunda canción juntos. Esta vez más movida, que se pueda bailar. Las banda sinaloense está dispuesta, pero sienten el vértigo de la segunda vez. La primera reconocen que estaban tranquilos porque había pocas expectativas, todo el mundo pensaba que el resultado iba a ser una broma.

EL PAIS.

 

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