Por: Cortesía

El día que encontraron los restos de un elefante sepultado en el vaticano

El rey Manuel I de Portugal obsequió el elefante a León X, quien bautizó al animal como “Hanno”, quien se convirtió en su mascota favorita.

Corría el mes de febrero de 1962 cuando un grupo de trabajadores italianos encontró lo que parecía ser un hueso mientras hacían obras de mantenimiento en el Patio del Belvedere del Vaticano para modernizar un sistema de refrigeración y calefacción.

Los trabajadores continuaron excavando hasta que dieron con cuatro trozos de una mandíbula gigante y un gran diente. Anonadados, pensaron que era un hueso de dinosaurio. Sin embargo, era algo más sorprendente.

Los huesos se llevaron a la colección de la Biblioteca Vaticana, donde los investigadores buscaron una explicación a la gran incógnita: cómo llegaron los huesos hasta ese extraño enterramiento. Tras un minucioso examen, los investigadores descubrieron que los huesos pertenecían a un elefante moderno.

Pese a lo sorpresivo del hallazgo, éste cayó en el olvido durante varios años. En la década de 1990 tuvo que llegar el historiador del Smithsonian Silvio Bedini para que se conociera la identidad del animal tras los huesos. Cuando Bedini investigó los restos descubrió una de las historias más exóticas del Vaticano: la del elefante “Hanno”.

La historia de Hanno, el elefante blanco del Papa León X

La investigación de Bedini lo llevó hasta el año 1513, cuando León X fue elegido Papa. Por la misma época, el rey Manuel I de Portugal obsequió a este personaje un elefante de piel blanca que padecía albinismo. León X bautizó al animal como “Hanno” y rápidamente se convirtió en su mascota favorita.

El regalo del rey Manuel era una muestra para presumir ante la Iglesia lo lejos que habían llegado los comerciantes portugueses. Además era tradición que los nuevos Papas recibieran regalos de los emperadores cristianos.

Otro aspecto peculiar de “Hanno” era su estatura: apenas medía un metro y medio y sólo tenía cuatro años cuando llegó a Roma. Para los italianos de principios del siglo XVI, el elefante era una especie poco conocida, por lo que la presencia de “Hanno” en el Vaticano era algo exótico.

El elefante llegó primero al puerto de Hércules y atravesó Roma, por lo que miles de personas pudieron ver al curioso animal a su paso por las calles.

Las crónicas cuentan que cuando “Hanno” llegó hasta el Papa, se arrodilló e inclinó la cabeza. Después se puso de pie y levantó el tronco para lanzar tres ráfagas en señal de respeto. Por último, el animal roció con agua a los allí reunidos, incluido el Papa, que también fue alcanzado por el líquido.

“Hanno” comenzó a vivir en un recinto especial en el Courtile de Belvedere. Rápidamente, se convirtió en una celebridad en la localidad, tanto es así que el pueblo italiano podía verlo los fines de semana o en días festivos, cuando “Hanno” salía a las calles, provocando la sorpresa y el temor en quienes lo veían pasar.

El Papa León X encargó un mural gigante de “Hanno” en la entrada del Vaticano a Rafael, el gran maestro de la pintura. Lamentablemente, esta obra se destruyó posteriormente.

En la actualidad todavía se pueden ver algunos rastros de “Hanno” en el Vaticano: en un tapiz de la adoración de los Reyes Magos, en dos frescos del Palacio Apostólico, en la Stanza degli Arrazzi, y en un mosaico de madera en la puerta entre la Stanza del Incendio del Borgo y la Stanza della Segnatura.

Sin embargo, la vida de “Hanno” en el Vaticano fue breve. Tras sólo dos años de estancia en Roma, el animal falleció en 1516 por complicaciones derivadas del estreñimiento a la temprana edad de siete años.

Algunos historiadores sospechan que su muerte se vio acelerada por el tratamiento administrado por los médicos del Vaticano, que le alimentaron con polvo de oro en un intento de curarlo.

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