Por: Cortesía

El día en el que el monolito de Tláloc fue secuestrado para decorar el Museo Nacional de Antropología

En 1964, una cortina de lluvia torrencial recubrió la Ciudad de México con la llegada del monolito de Tláloc, venido desde San Miguel Coatlinchán.

Llovió toda la madrugada. Sucedió el 16 de abril de 1964: mientras el monolito de Tláloc fue transportado al recién inaugurado Museo Nacional de Antropología, los capitalinos vieron una de las precipitaciones más fuertes de todo el año. Amarrado por cuerdas, la pieza de 168 toneladas fue transportada alrededor del Zócalo de la Ciudad de México en un carro que parecía de carnaval. Desde las banquetas empapadas, la gente se paró a verlo en un silencio húmedo, como si siguieran con la mirada una carroza funeraria.

El monolito de Tláloc venía del pueblo de San Miguel Coatlinchán, en el Estado de México. Originalmente, aquel fue ‘el lugar de las serpientes‘, por su traducción del náhuatl. Aunque la pieza fue trasladada “con el fin de conjuntar conjuntar una de las colecciones arqueológicas más impresionantes y ricas del continente americano“, según la versión oficial. Los habitantes de la localidad, sin embargo, se lamentaban por la pérdida del dios del agua: sin su presencia, ya no habría quién condujera las corrientes de la Sierra de Texcoco.

Sobre el fondo de un arroyo seco

El monolito de Tláloc fue encontrado, de acuerdo con el acervo del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), a 50 kilómetros de la capital mexicana. Sobre el fondo de un arroyo seco, el dios de la lluvia estaba acostado sobre la espalda, recubierto de tierra, polvo y hierbas. Para poder transportarlo, fue necesario cavar un pozo de 3 metros de profundidad, de manera que la pieza se pudiera montar sobre vigas y cables de acero.

Para mover una escultura de 7 metros de alto, la maniobra no fue sencilla. Por el contrario, se necesitaron camiones y la fuerza de al menos 10 obreros. Sobre un remolque de Goodrich Euzkadi, la gente de Coatlinchán miraron al dios partir con profunda tristeza. Los pobladores humedecieron la tierra con sollozos. Ese día, no llovió en el Estado de México.

No fue hasta que la pieza llegó a la Ciudad de México que se desató una lluvia torrencial sobre la capital. De acuerdo con los registros del Museo Nacional de Antropología, los pronósticos meteorológicos no consideraban que aquel 15 de abril fuera un día particularmente húmedo. A las 3 de la madrugada, sin embargo, una cortina de agua limpió las calles de la capital, al paso del dios atado con cables de acero. El agua no paró hasta después de hora y media.

A través de las arterias de la capital

El monolito de Tláloc ingresó a la Ciudad de México en la madrugada. Se transportó a lo largo de Reforma, una de las arterias más importantes de la capital, hasta la plancha del Zócalo capitalino. La gente lo perseguía a pie, corriendo, tratando de no empaparse bajo la presión de la lluvia. Después de varias horas de camino, la pieza finalmente alcanzó el Bosque de Chapultepec, donde el nuevo museo estaba reuniendo su colección ambiciosa.

Ni siquiera toda la fuerza de resistencia de los pobladores pudo interferir con los planes del Estado. Mientras el gobierno federal promocionaba la llegada del dios como una victoria, los habitantes de Coatlinchán sintieron el movimiento como un rapto, que les privaría de las fuerzas telúricas del dios de la lluvia. Mientras tanto, la llegada del monolito generaba expectativa entre los capitalinos.

De estar recostado sobre una cama árida de un arroyo antiguo, el dios llegó a la zona poniente de la capital. En ese entonces, ya se posicionaba como uno de los sectores más ricos del país. Se tiene registro de que, al menos, 60 mil espectadores aclamaron su llegada. Después de siglos de permanecer en una posición horizontal, la pieza se irguió por primera vez sobre una base honorífica, en la explanada principal del museo.

A cargo del arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, el traslado fue descrito como “impresionante maniobra de ingeniería”. En contraste, los pobladores de Coatlinchán lamentaron la partida del dios con amargura. Frente al agujero que quedó en la tierra, posteriormente se encontraron huesos infantiles y juguetes prehispánicos, que los obreros dejaron atrás después de terminada la obra.

En aras de un México modernizado

En aras de legitimar un discurso de un ‘México modernizado’, este tipo de raptos se practicaron en diversas partes del país. El caso del monolito de Tláloc es quizá el más icónico, porque vino a coronar uno de los frentes más impresionantes del Museo Nacional de Antropología. Incluso a 57 años del rapto de la pieza, arqueólogos, historiadores y autoridades culturales en México se cuestionan si realmente se trata del dios de la lluvia.

Existen dos teorías sobre la identidad real de la talla monolítica. Por una parte, existe la hipótesis de que se trata de una representación de la diosa Chalchiuhtlicue: una deidad femenina de los lagos y las corrientes de agua. En la cosmovisión mexica, ella fue la esposa de Tláloc. En contraste, la suposición más aceptada es que, efectivamente, el monolito representa al dios de la lluvia.

Aunque no hay certeza de que se trate de una u otro, en la actualidad, la pieza está flanqueada por una poderosa corriente de agua. En la entrada principal del museo, hay una fuente perenne, que da la bienvenida en susurros a los visitantes, día y noche. Dicen que, si se escucha con cuidado, todavía se escucha al dios hablar.

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