Por: Cortesía

Dioses Mexicas: Las deidades que guiaban la vida del México Antiguo

La vida de los habitantes del México antiguo era guiada por una rica colección de dioses mexicas extremadamente dinámicos, tanto en su naturaleza como en sus impresionantes representaciones.

La religión de los nahuas o mexicas despertó gran interés en los españoles desde el primer momento. Mientras los conquistadores se espantaban por la apariencia de los templos prehispánicos o amagaban con destruirlos, los frailes intentaban comprender los principios de la religión nativa con el fin de cristianizar a sus “anfitriones” de manera más efectiva. Muchos de los evangelizadores quedaron fascinados y francamente interesados en aquella religión, lo cual reflejaron en sus obras dedicando extensas descripciones a sus dioses y festividades. Aunque, por convicciones propias o normas impuestas por la censura inquisitorial, llegaron a llamar a las deidades prehispánicas “ídolos”, “falsos dioses” o “demonios”, en su intento por comprenderlas las compararon con los dioses del mundo grecolatino, que les eran más familiares.

Así, como se refleja en la obra de fray Bernardino de Sahagún, al dios tutelar de los mexicas, el guerrero Huitzilopochtli, lo llamaron “otro Marte”; al del pulque (alcohol de maguey), “otro Baco”; al del fuego, Xiuhtecuhtli, “otro Vulcano”; a Tezcatlipoca, de la providencia, lo invisible y la oscuridad, lo denominaron “otro Júpiter”; a la diosa del agua, Chalchiuhtlicue, “otro Neptuno”; y a la del maíz, Chicomecóatl, “otra Ceres”. A veces las comparaciones no eran del todo unívocas: a dos diosas madres, Cihuacóatl y Tlazoltéotl, las equiparaban con la Venus romana, pero a la primera también la llamaron “nuestra madre Eva”. La visión europea, reflejada en las primeras obras etnográficas de frailes como el propio Sahagún o Diego Durán e influida por las ideas aristotélicas que circulaban por el Viejo Continente, dificultó con notoriedad la comprensión de la naturaleza de los dioses y de la religión mesoamericanos.

¿Qué era un téotl?

En el pensamiento nativo, varios de los dioses se percibían como fenómenos naturales. Algunos nombres indicaban muy directamente qué fenómeno era un dios: así, Tonatiuh, “el que va haciendo el día”, era el Sol naciente; Cintéotl o “dios-maíz” era el maíz mismo, y Ehécatl, “dios-viento”, era el propio viento. Sin embargo, en otros casos los dioses eran representados por medio de un nombre metafórico: así, Xiuhtecuhtli o “señor de turquesa” era el fuego y Chalchiuhtlicue, “la de la falda de jade”, era el agua.

No obstante, aún no comprendemos bien el concepto nahua (y, más ampliamente, mesoamericano) de lo que era téotl, palabra en náhuatl traducida como “dios”. Parte del problema radica en que téotl no sólo se usaba en referencia a lo que a nuestros ojos serían dioses, sino también a lo que consideraríamos personas que, sin ser divinidades, podían tener poderes divinos o sobrenaturales, como el de atraer o llevarse la lluvia, prever el futuro, hacer una incursión en el mundo de los muertos o curar a los enfermos. Como quedó registrado en actas de procesos inquisitoriales de los principios de la colonia, la gente se dirigía a estos personajes por medio de nombres de dioses, como Tláloc –que era el dios de la lluvia–, Mixcóatl o “Serpiente de nubes”, Huitzilopochtli o “Colibrí de la izquierda”, o Tezcatlipoca, “Espejo humeante”, según los poderes que demostraban.

Los dioses nahuas tenían la capacidad de manifestarse en el mundo perceptible por los humanos en forma de ixiptla, que vendría a ser una encarnación o materialización y que podía tomar formas muy variadas. En el ritual, esto ocurría por medio de personas que personificaban a los dioses (teixiptla), aunque tales encarnaciones de fuerzas divinas también podían realizarse mediante esculturas de los dioses, sus imágenes en los códices o libros sagrados o envoltorios sagrados (objetos propios de un dios envueltos en una manta adornada con sus signos característicos).

Por si esto fuera poco, la identidad del téotl tampoco está bien definida según nuestras categorías, de modo que todavía parece escapar a nuestra comprensión. Los dioses mesoamericanos constantemente comparten funciones, nombres y atavíos. Su capacidad de fusión y fisión ha dificultado el intento de trazar algún modelo del panteón nahua. Las fuentes alfabéticas nos ayudan, pero sólo de manera parcial por interponerse esa visión o “lente europea” ya mencionada antes. Por eso son mucho más fiables documentos prehispánicos como los códices adivinatorios llamados tonalámatl o “Libros de los días/destinos”, llenos de imágenes de los dioses. Si bien estos libros servían para que los especialistas prehispánicos pudieran hacer complejas lecturas mánticas, para nosotros son una excelente fuente de información que nos permite adentrarnos en las características y naturaleza de los dioses mesoamericanos.

Los dioses en códices prehispánicos

A pesar de todo, comprender la lógica de las representaciones de los dioses en los libros adivinatorios prehispánicos es una empresa difícil, ya que se crearon de acuerdo con unos códigos ajenos a los nuestros, un verdadero lenguaje visual que apenas estamos empezando a descifrar. Este implica que cada dios –o más bien, cada manifestación suya– es una composición de distintos elementos, cada uno de los cuales codifica algún significado. En el arte europeo que representa personajes de las religiones cristiana, griega o romana, estos elementos, que se suelen llamar atributos, sirven para reconocer e identificar a dioses, santos o advocaciones de la Virgen María. Si comparamos, encontramos dos diferencias básicas entre estos atributos occidentales y las representaciones divinas del antiguo México.

La primera es que estos atributos son a la vez los mismos signos o glifos que, en otros contextos, servían para codificar palabras o sílabas, es decir, símbolos de la escritura tradicional. Así, el glifo de “Sol” aparece incorporado dentro de la imagen del dios-sol Tonatiuh como emblema de su nombre, pero también funciona como un logograma (signo que codifica una palabra) para registrar el nombre del pueblo tonatiuhco. De similar manera, el glifo del “espejo humeante” es emblema del dios Tezcatlipoca o “Espejo humeante”, pero los glifos de “espejo” y de “humo” aparecen como logogramas dentro de los topónimos de lugares llamados “Cerro de espejo” y “Cerro de humo”. Funcionando así, estos glifos, más que fungir como atributos de santos o de dioses del arte europeo, se asemejan a los logos de la Mujer Maravilla, Superman o los Avengers. Estos, que tienen forma de letras, se leen dentro de un texto alfabético como “w”, “s” o “a”, pero si los vemos fuera de este contexto nadie los leería de esta manera (es decir, pronunciando “u”, “s” o “a”), sino como una identificación del personaje en cuestión.

La segunda diferencia es que las representaciones de los dioses mesoamericanos son un verdadero mosaico de glifos y diseños significativos. Es decir, la imagen divina completa no es uno, dos o tres “atributos”, sino un conglomerado de elementos que forman su identidad. Además, no hay dos representaciones del mismo dios que sean idénticas o estén compuestas de los mismos signos. Estos varían con frecuencia y cada representación de un dios es como la imagen temporalmente congelada de un caleidoscopio.

Por ejemplo, la imagen del mencionado dios-sol Tonatiuh, “El que va haciendo el día”, consta no nada más del glifo del Sol que codifica su nombre, sino también de la pintura roja del cuerpo, que es el color del Sol naciente, del cabello amarillo, que es propio de los dioses que “emiten luz”, de largas plumas blancas propias de guerreros solares, ya que el mismo sol era percibido como un guerrero que combate las fuerzas de la oscuridad y de las cañas para prender el fuego colocadas en el tocado, por su capacidad de pro- ducir calor. Similar significado tiene el pectoral en forma de disco de oro, cuyo nombre en náhuatl, teocuitlacomalli, el “comal de oro”, revela su significado. El comal es el disco de barro o metal que sirve para cocer tortillas y su presencia en la imagen del Tonatiuh implica la capacidad del Sol (brillante como el oro) de emitir un calor capaz de cocinar alimentos o de hacer madurar las plantas.

Pero varios de estos elementos forman parte de las representaciones de otros dioses. Las cañas para prender el fuego suelen aparecer en las imágenes del dios-fuego, Xiuhtecuhtli o “Señor de turquesa”, lo cual es incluso más comprensible que cuando aparecen en la imagen del dios-sol. Pero en ambos casos este signo implica que estos dioses son fuente de calor (aunque el del fuego sea distinto al del Sol). Además, Xiuhtecuhtli comparte el cabello amarillo con otras divinidades, por ejemplo, con el dios del amanecer, Tlahuizcalpantecuhtli o “Señor del resplandor del alba” (identificado como Venus). Este color de pelo significa que todos ellos “emiten luz”, pero en cada caso es una luz distinta: el resplandor solar no es igual que el del fuego ni que el de la estrella de la mañana. Todo ello implica que aunque los dioses comparten los signos que los componen, en cada caso su significado puede ser un tanto diferente.

Por otro lado, tanto las representaciones de Tlahuizcalpantecuhtli como las de Xiuhtecuhtli se componen de muchos otros elementos. Por ejemplo, en las imágenes del primero, el “Señor del resplandor del alba”, aparecen uno o dos signos que indican que es la estrella de la mañana, la más brillante. Estos son el pectoral que tiene la forma del conocido glifo de la “gran estrella” (huey citlalin) o Venus, así como la pintura facial que consta de pequeños círculos blancos que simbolizan estrellas. Además, con frecuencia la pintura corporal de Tlahuizcalpantecuhtli consta de rayas verticales rojas o amarillas, pintura característica de los guerreros cautivos y destinados al sacrificio, lo que simboliza que la “gran estrella” es vencida por la luz del Sol. Otros dioses aparecen también representados con este elemento: Mixcóatl, “Serpiente de nube”, dios de la caza y el venado cazado, y Tlazoltéotl, diosa madre y guerrera que puede morir –o ser sacrificada– en la batalla del parto.

A veces la naturaleza de la deidad, así como su nombre, impregna toda su imagen. Este es el caso de la ya mencionada Chalchiuhtlicue y de Xiuhtecuhtli, el “Señor de turquesa”. Las imágenes de este incorporan varios elementos de esta piedra preciosa: el pectoral, el collar, las rodilleras y brazaletes, la orejera, a veces enriquecida con un rayo y uno o dos pájaros de turquesa. Todos ellos no solamente indican el nombre de este dios, sino también, gracias a un complejo juego metafórico y a la polisemia de la palabra nahua xihuitl –que significa “año”, “turquesa”, “hierba” y “meteorito” (en el s. XVI llamado “cometa”)–, lo definen como un dios del tiempo, del año (la hierba es una planta anual), del siglo (los 52 años del siglo mesoamericano se marcaban atando 52 cañas) y del fuego celeste. La pintura roja del cuerpo de Xiuhtecuhtli (con la excepción de la parte inferior de la cara) alude, de similar manera a como lo hace en el “sol naciente”, Tonatiuh, a que su papel es el de ir alumbrando y venciendo a la oscuridad.

Similar pintura corporal roja tiene –con excepción de la cara, en la que se quedan sólo tres rayas de ese color– el Tezcatlipoca rojo (uno de los cuatro dioses del maíz o de la creación). El significado de esta pintura corporal se confirma con el nombre de este dios, Tlatlauhqui. La palabra tlatlauhqui, que significa “rojo”, viene del verbo tlahuia, que significa “alumbrar” y “dar luz”, de modo que simboliza la manera en que alumbran la candela o el Sol rojo del amanecer. Esta es una de las características principales de Tezcatlipoca rojo, deidad que tiene como oposición a Tezcatlipoca negro, el dios de la oscuridad, representado con pintura corporal negra y tres rayas de este color en la cara.

Estos ejemplos demuestran, además, que los dioses no sólo son distintos fenómenos de la naturaleza: también representan los distintos momentos en los que estos suceden. Por ejemplo, cuando las fuerzas de la oscuridad y de la noche –Tezcatlipoca negro– quedan vencidas por su oponente, el Tezcatlipoca rojo, llega el momento del amanecer. Juntos dan lugar al alba. Y en esta batalla entre la luz y la oscuridad participa también Tlahuizcalpantecuhtli, Venus, que, si bien domina el cielo un momento, es vencida por el guerrero rojo, el sol naciente o Tonatiuh. Este, que camina por el cielo hasta convertirse en el sol brillante del mediodía, Piltzintecuhtli o “Señor noble”, está representado con la pintura amarilla de su cuerpo, su ropa blanca y otras prendas luminosas y plumas blancas de guerrero solar. No obstante, las fuentes alfabéticas nos dicen que este dios solar y luminoso también se puede encontrar en el mundo oscuro de la noche, como si fuera un sol nocturno.

Aprovechamos esta última idea para mencionar que para los habitantes del antiguo México el universo estaba dividido en tres espacios –cielo, tierra e inframundo–. El supuesto inframundo era el entorno de los muertos (Mictlán, en náhuatl), que si bien se encontraba abajo, en las entrañas de la tierra, al ser a la vez el cielo nocturno y el espacio onírico podía estar por encima de la tierra. Habitado por los ancestros y muertos de otras épocas que se convertían en estrellas, este cielo nocturno era una versión en espejo de lo que se encontraba abajo y al revés. El universo mexica, por lo tanto, era percibido como un espacio muy dinámico, siempre cambiante en el tiempo. No extraña, entonces, que los dioses que lo habitaban también destacaran por ser extremadamente dinámicos tanto en su naturaleza como en sus representaciones, y el lenguaje visual de estas últimas era muy eficiente a la hora de captar y “congelar” en el tiempo sus múltiples manifestaciones caleidoscópicas.

MUY INTERESANTE. 

 

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