Foto: Cortesía

Dalí, el surrealismo que nunca acaba

El Teatro-Museo Dalí de Figueras expone 'El surrealismo soy yo', una muestra de 12 obras cuyo hilo conductor es el paisaje

Salvador Dalí llegó a afirmar, rotundo y provocador, que el surrealismo era él. El artista de Figueras entró en el movimiento liderado por Breton en 1929, un año muy productivo en el que se proyectó por primera vez Un perro andaluz, la película de Luis Buñuel en la que formó parte del guion, recibió en Cadaqués la visita de varios amigos entre los que se encontraban Paul Éluard y Gala (momento en el que se convirtió en su musa) y vio su primera exposición individual en la Galerie Goemans de París. Aquella frase resulta casi profética pues muchos mencionarían su nombre en primer lugar al ser preguntados por artistas de esta vanguardia. También es el título de la exposición con la que el Teatro-Museo Dalí de Figueras ha reabierto sus puertas tras cuatro meses de inactividad: Dalí, el surrealismo soy yo.

Se trata de una pequeña muestra de 12 obras cuyo hilo conductor es el paisaje. El equipo del museo estuvo estudiando obras de la época surrealista y vieron que este era unos de los elementos comunes en su obra y que “podíamos acercarnos a Dalí a través de él”, sostiene Montse Aguer, directora del centro. El conjunto de piezas, procedentes de los fondos del propio museo, está fechado entre 1926 y 1943 porque “con una obra esencial como es Poesía de América queremos explicar que el surrealismo de Dalí no acaba en el 40 aunque este no sea tan directo”, recalca Aguer. Así, se quiere hacer hincapié en que el artista nunca abandonó la simbología ni dejó de introducir la doble imagen ni lo onírico en su obra.

Fue a principios de la década de los 30 cuando Dalí empezó a encontrar su lenguaje, una forma de expresión que aúna tradición y vanguardia y que, a pesar de su evolución a lo largo de los años, lo define y caracteriza. Durante estos años el artista fue forjando su personalidad artística y fue viviendo su propia consagración gracias a varias exposiciones en París y en Estados Unidos. Sin embargo, en 1934, año en el que se casó con Gala, expuso en el Salón des Indépendants del Grand Palais de París dejando de lado la decisión del grupo surrealista de no participar. A punto estuvo de ser expulsado del movimiento, algo que finalmente sucedió en 1939. 

Esta fecha marcó otro cambio en su vida pues en 1940 se trasladó a Estados Unidos, “donde conoce la cultura de masas”, recuerda Aguer, que resalta que Dalí “dibuja la frontera entre el arte y la realidad cotidiana”. Lo que Dalí aportó al movimiento surrealista fue “el método paranoico-crítico, un método irracional de conocimiento de la realidad que, mediante el uso de dobles imágenes o imágenes invisibles, que nos remiten a los fenómenos de percepción o de interpretación de esta realidad, mucho más compleja de lo que puede parecer a simple vista”, reconoce Aguer.

Simbiosis entre hombre y paisaje

Las 12 obras seleccionadas guardan un elemento aglutinador: un paisaje real y onírico, concreto y paranoico que se adentra en el subconsciente. “Se trata -opina Aguer- de dotar de la máxima precisión al mundo de los sueños, de objetivarlos”. Dalí siempre se identificó con los paisajes que pintaba, a menudo incluyéndose a sí mismo en ellos. Existe una simbiosis entre hombre y paisaje que “recorre toda su trayectoria”. Esto se puede apreciar en Hombre con la cabeza llena de nubes (1936), en la que vemos una silueta, que podría ser la suya, recortada. Aquí, Dalí ofrece una apertura al exterior con la que abre la posibilidad a múltiples interpretaciones.

En sus paisajes oníricos, paranoicos y repletos de invenciones imaginarias también se reúnen algunos de los temas más recurrentes del pintor. “Queríamos ver cómo Dalí potencia el simbolismo para mostrar una realidad más profunda”, comenta Aguer. Y es que el artista surrealista apela en su obra a valores como la muerte, el amor, el miedo y el sexo, temas que aparecen con frecuencia en sus obras. Este último es el protagonista de Espectro del sex appeal (1934) en el que “se representa a sí mismo de pequeño frente un monstruo que es el sexo”. 

Sus paisajes hacen referencias a la historia de la pintura y a pintores como Jan Vermeer o Velázquez, y otros contemporáneos como Giorgio de Chirico, o también, en otro plano, Yves Tanguy o René Magritte. La obra Elementos enigmáticos en un paisaje (1934) “parece que refleja la realidad tangible pero siempre hay elementos que tras una primera mirada provocan una interpretación que puede ser de sorpresa, de deseo de participar, de miedo o de angustia”, reconoce Montse Aguer.

A pesar de que en los años 40 Dalí quiso empezar una deriva hacia el clasicismo, Montse Aguer asegura que nunca abandonó el surrealismo por completo. El ejemplo lo encontramos en la pintura Poesía de América (1942) realizada durante su exilio en Estados Unidos y en la que  “su surrealismo se tiñe de clasicismo y la geología del Cap de Creus se confunde con la de los grandes desiertos americanos”. En ella, además, “un hombre negro nace del hombre blanco, un presagio que se adelanta a los conflictos raciales que tuvieron lugar en Detroit en 1943. Con esto queremos mostrar que ese surrealismo clasicista apunta a la actualidad”, añade la directora. 

El fin, sostiene, es reflejar cómo es el surrealismo, que se ve como un pensamiento que se acerca a la filosofía y a la literatura, también aborda acontecimientos sociales como la Guerra Civil, la bomba atómica o los conflictos raciales”. En definitiva y como dijo André Breton “es tal vez con Dalí con quien, por primera vez, se abren de par en par las ventanas mentales”.

EL CULTURAL.

 

Temas relacionados: