Foto: Cortesía

Cuando Rockefeller pudo con la tradición: el fin del Bajo Manhattan, el corazón histórico de Nueva York

El Museo ICO muestra el trabajo más destacado del fotógrafo norteamericano Danny Lyon, que documenta la destrucción del Bajo Manhattan sucedida a finales de los años 60

Ha pasado poco más de medio siglo desde que Danny Lyon se asomó una mañana a la ventana de su apartamento del Bajo Manhattan. La imagen de la barriada que empezaba a ser desarbolada por un ejército de obreros, grúas, excavadoras y maquinaria de demolición le iluminó la mente, que buscaba un tema de inspiración para su trabajo de fotógrafo. Y se echó a la calle.

Acababan los 60 y la especulación no era ajena a este rincón de Nueva York. Fue aquí mismo, donde los holandeses que en 1613 naufragaron en la orilla del río Hudson construyeron el primer asentamiento europeo de Manhattan. Desde entonces, nuevos edificios fueron devorando a sus antecesores. Así hasta la mitad del siglo XX, cuando el negocio del ladrillo y el acero decidió dar un mordisco colosal a la zona. De la mano de David Rockefeller y con la excusa de su revitalización económica y social, se destruyeron más de 24 hectáreas que albergaban la zona más antigua de la ciudad, con edificios que aguantaban en pie desde la Guerra de Secesión.

En medio del drama, Lyon se dejó guiar por el objetivo de su cámara a través del dédalo de cascotes, bloques derrumbados y construcciones vaciadas. Su vagabundeo de loafer por unas calles que mutaban a polvorientas escombreras siguió la senda abierta por gente como Walker Evans, Robert Frank, William Klein y Garry Winogrand, dando un espaldarazo al nuevo documentalismo. Las salas del Museo ICO muestran aquel trabajo angular que se complementa con las primeras imágenes del fotógrafo, tomadas en un viaje por Europa en 1959, con algunas fotos de España.

Volvamos al Bajo Manhattan. Con la fe del explorador y la meticulosidad del arqueólogo, Danny Lyon esculpió a golpes de disparador la memoria de un espacio que se perdía para siempre. Edificios abatidos, calles desabrigadas de personal, "de las que todos se habían marchado, incluso los perros y las ratas", como narra el fotógrafo en el diario que escribió de su aventura. Comercios cerrados y hoteles huecos, viviendas aún agarradas a jirones de unas vidas desaparecidas, paredes que disimulan su mugre detrás de un dibujo infantil o la foto de Marilyn. Nada nuevo que no hubiera ocurrido antes. Nada que no siga ocurriendo ahora mismo en cualquier ciudad.

En la primera parte de la exposición comisariada por él mismo, Danny Lyon enseña una ciudad vacía para nada diferente a cualquier capital del mundo 53 años más tarde. Las fotografías que cuelgan en las paredes del Museo ICO son un espejo en el que se refleja la Nueva York de este extraño y pandémico 2020. También las Wuhan, Madrid, Barcelona, Berlín o Londres del pasado confinamiento. Urbes que la pasada primavera fueron vaciadas a la fuerza por otra demolición no menos feroz, la de sus habitantes asediados por unos nanoperarios que en vez de casco de obra llevan una inconfundible corona.

En la segunda parte de la muestra aparecen seres humanos. Obreros ciclópeos afanados en la demolición, chiquillos capaces de encontrarse con el juego en mitad del caos, merodeadores que aparecen en el interior de casas abandonadas a su suerte. Todos pertenecen al polvo y los escombros que se adueñaron del Bajo Manhattan en 1967, aunque no son diferentes de los que hoy viven allí y aquí. Okupas en camiseta y deportivas, jóvenes barbados como el mismo fotógrafo, que se autorretrata en la habitación de un hotel abandonado, operarios atribulados que detienen un momento su quehacer para echar un pitillo o gastar una broma encima de un montón de cascotes. Habitaron una Nueva York que desapareció hace medio siglo, pero podrían estar en la de ahora mismo.

De aquella ruina surgió el vértigo del World Trade Center, símbolo del poder de la capital económica de América. Los terrosos ladrillos que rescataban con mimo los obreros dieron paso a un arrebato de hormigón, cristal y acero. Su orgullo no duró demasiado; en el inicio del tercer milenio un amasijo de vigas retorcidas, cenizas, polvo y ruinas se volvió a adueñar de la Zona Cero del Bajo Manhattan. Fue el 11 de septiembre de 2001, cuando las Torres Gemelas se convirtieron en teas humeantes, luego en nada, a causa del impacto de los dos aviones comerciales del atentado de Al Qaeda. No han pasado veinte años y en el solar que ocuparon se levanta media docena de edificios, sobre los que asoma el One World Trade Center, el rascacielos más alto de Estados Unidos y el sexto del mundo. Incapaz de dormir, Nueva York continúa el galope a bordo de su loco frenesí. La especulación salvaje cuyos inicios documenta Danny Lyon en este trabajo también.

MUY INTERESANTE. 

 

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